miércoles, 14 de septiembre de 2016

Ensayo de entierro.

Temía morir en la inopia y acabar con sus huesos en una fosa común y para evitar esa humillación póstuma adquirió un féretro a crédito, que mantenía en su pieza, usándolo como armario para guardar sus cachivaches. Era un cajón de madera ordinaria, oloroso a pegamento de carpintero, forrado en raso blanco con cintas celestes, provisto de una pequeña almohada. De vez en cuando yo obtenía el privilegio de acostarme dentro y cerrar la tapa, mientras Elvira fingía un llanto inconsolable y entre sollozos recitaba mis hipotéticas virtudes, ay, Dios Santísimo, por qué te llevaste de mi lado al pajarito, tan buena, tan limpia y ordenada, yo la quiero más que si fuera mi propia nieta, haz un milagro, devuélvemela Señor. El juego duraba hasta que la mucama perdía el control y empezaba a aullar.

-Eva Luna, Isabel Allende.


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