El safari
estaba a punto de comenzar. El chino había traído a su propio intérprete. Todo
empezó de la peor manera posible, cuando el intérprete, atolondradamente, se
adentró entre la alta hierba para orinar. Aún más imprudente fue hacerlo en
sandalias.
—¡Socorro,
me muero! —gritó. Había sentido una picadura en el dedo gordo del pie izquierdo
y había visto escabullirse un escorpión.
—No deberías
haberte metido entre hierba de más de tres dedos de alto sin calzado adecuado.
Bueno, no deberías haberlo hecho bajo ningún concepto, menos aún cuando sopla
el viento —dijo Nombeko.
—¡Socorro,
me muero! —insistió el intérprete.
—¿Por qué no
cuando sopla el viento? —preguntó el ingeniero. No lo preocupaba la salud del
intérprete, sino que sentía curiosidad.
Nombeko le explicó
que los insectos se ocultan entre la hierba cuando el viento arrecia, lo que a
su vez lleva a que los escorpiones salgan de sus madrigueras en busca de
comida. Y ese día se había interpuesto en su camino el dedo gordo de un pie.
—¡Socorro,
me muero! —les recordó el intérprete. Ella se dio cuenta de que el quejumbroso
intérprete creía realmente en su propia interpretación del futuro inmediato.
—Me parece
que no —comentó—. El escorpión era pequeño y tú eres grande. Pero, si quieres,
podemos enviarte al hospital para que te limpien la herida. Pronto tu dedo
gordo triplicará su tamaño y se te amoratará, y entonces te dolerá un huevo, si
me permites la expresión. En cualquier caso, no estarás para mucha
interpretación.
—¡Socorro,
me muero! —se obstinó el intérprete.
—Al final me
harás desear que así sea. En lugar de sorberte los mocos y lloriquear, ¿no
podrías pensar en positivo y dar las gracias porque haya sido un escorpión y no
una cobra? Al menos has aprendido que en África no se orina impunemente en cualquier
parte. Hay servicios por todos lados. En el lugar de donde vengo yo, incluso
están en hileras.
El
intérprete guardó silencio unos segundos, conmocionado porque el escorpión, que
sin duda causaría su muerte, podría haber sido una cobra, y entonces ya estaría
muerto. Entretanto, el guía consiguió un coche y un chófer que lo llevara al
hospital. Cargaron en el asiento trasero de un Land Rover al intérprete
atacado, que retomó sus lamentos. El chófer, exasperado, puso los ojos en
blanco y arrancó rumbo al hospital.
-La analfabeta que era un genio de los números, Jonas Jonasson.
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