Tras ese inicio, P.W. Botha llevó la voz cantante de la
conversación. Y empezó por repasar la orgullosa historia de Sudáfrica. Nombeko
había comprendido que los nueve años de cautiverio se alargarían, así que, a
falta de estrategias, se limitó a traducir literalmente. El presidente siguió
abundando en la orgullosa historia de Sudáfrica. Ella siguió traduciendo
palabra por palabra. El presidente abundó todavía más en la orgullosa historia
de Sudáfrica. Hasta que Nombeko se hartó. ¿Para qué agobiar al pobre chino con
datos que seguramente no le interesaban? Entonces se volvió hacia él y le dijo:
—Si el señor quiere, puedo seguir traduciéndole un rato más
las necedades autocomplacientes del presidente. Si no, puedo contarle que se
supone que usted debe llegar a la conclusión de que los sudafricanos se hallan
plenamente capacitados para fabricar armamento moderno, y que por eso ustedes,
los chinos, deberían respetarlos.
—Agradezco su franqueza, señorita —repuso el chino—. Y tiene
razón, no necesito oír más excelencias de su país. Pero, por favor, dígales que
les agradezco el vívido relato de su historia.
La cena prosiguió. Cuando les sirvieron el plato principal,
llegó el momento de que el ingeniero hiciera alarde de su capacidad
intelectual, pero lo único que consiguió transmitir fue un batiburrillo de
incongruencias técnicas. Westhuizen se lió tanto que consiguió que incluso el
presidente perdiera el hilo (otro ejemplo de la buena suerte del ingeniero). A
Nombeko le habría costado mucho traducir aquel galimatías, de haberlo
intentado, claro.
—Le ahorraré los
disparates que el ingeniero acaba de soltar —tradujo en cambio—. En esencia, el
asunto es éste: actualmente saben cómo fabricar armas nucleares y ya han
acabado unas cuantas, a pesar de este ingeniero. Pero no he visto a ningún
taiwanés merodeando por la planta, ni he oído hablar de ninguna bomba lista
para ser exportada. Si me lo permite, le recomiendo que conteste con alguna
cortesía, y que luego proponga que dejen cenar algo a la intérprete, porque me
muero de hambre.
El emisario chino pensó que Nombeko era increíblemente
encantadora. Sonrió y se declaró impresionado por los conocimientos del señor
Westhuizen, quien le inspiraba un gran respeto. Por lo demás, sin querer faltar
al protocolo sudafricano, le parecía raro que hubiera comensales a los que no
les hubieran servido nada. Y afirmó sentirse incómodo por el hecho de que a la
magnífica intérprete no le hubieran dado de cenar, y preguntó si el presidente
permitía que le cediera parte de su comida. Botha chasqueó los dedos y pidió
una ración para la indígena. Tampoco era para tanto, le llenarían un poco el
buche, si eso satisfacía al invitado. Además, la conversación parecía bien
encarrilada, al chino se lo veía bastante manso. Concluida la cena,
1) China sabía que Sudáfrica poseía armas nucleares,
2) Nombeko tenía un amigo para toda la vida en el secretario
general de la provincia china de Guizhou,
3) Westhuizen había sobrevivido a otra crisis, ya que…
4) P.W. Botha estaba, en líneas generales, satisfecho, pues
su coeficiente intelectual no daba para mucho más. Y por último, aunque no por
ello menos importante:
5) Nombeko Mayeki, de veinticuatro años, seguía prisionera
en Pelindaba, pero por primera vez en su vida había comido hasta saciarse.
-La analfabeta que era un genio de los números, Jonas Jonasson.
No hay comentarios:
Publicar un comentario