lunes, 22 de agosto de 2016

Retazos encantadores II

Tras ese inicio, P.W. Botha llevó la voz cantante de la conversación. Y empezó por repasar la orgullosa historia de Sudáfrica. Nombeko había comprendido que los nueve años de cautiverio se alargarían, así que, a falta de estrategias, se limitó a traducir literalmente. El presidente siguió abundando en la orgullosa historia de Sudáfrica. Ella siguió traduciendo palabra por palabra. El presidente abundó todavía más en la orgullosa historia de Sudáfrica. Hasta que Nombeko se hartó. ¿Para qué agobiar al pobre chino con datos que seguramente no le interesaban? Entonces se volvió hacia él y le dijo:
—Si el señor quiere, puedo seguir traduciéndole un rato más las necedades autocomplacientes del presidente. Si no, puedo contarle que se supone que usted debe llegar a la conclusión de que los sudafricanos se hallan plenamente capacitados para fabricar armamento moderno, y que por eso ustedes, los chinos, deberían respetarlos.
—Agradezco su franqueza, señorita —repuso el chino—. Y tiene razón, no necesito oír más excelencias de su país. Pero, por favor, dígales que les agradezco el vívido relato de su historia.
La cena prosiguió. Cuando les sirvieron el plato principal, llegó el momento de que el ingeniero hiciera alarde de su capacidad intelectual, pero lo único que consiguió transmitir fue un batiburrillo de incongruencias técnicas. Westhuizen se lió tanto que consiguió que incluso el presidente perdiera el hilo (otro ejemplo de la buena suerte del ingeniero). A Nombeko le habría costado mucho traducir aquel galimatías, de haberlo intentado, claro.
 —Le ahorraré los disparates que el ingeniero acaba de soltar —tradujo en cambio—. En esencia, el asunto es éste: actualmente saben cómo fabricar armas nucleares y ya han acabado unas cuantas, a pesar de este ingeniero. Pero no he visto a ningún taiwanés merodeando por la planta, ni he oído hablar de ninguna bomba lista para ser exportada. Si me lo permite, le recomiendo que conteste con alguna cortesía, y que luego proponga que dejen cenar algo a la intérprete, porque me muero de hambre.
El emisario chino pensó que Nombeko era increíblemente encantadora. Sonrió y se declaró impresionado por los conocimientos del señor Westhuizen, quien le inspiraba un gran respeto. Por lo demás, sin querer faltar al protocolo sudafricano, le parecía raro que hubiera comensales a los que no les hubieran servido nada. Y afirmó sentirse incómodo por el hecho de que a la magnífica intérprete no le hubieran dado de cenar, y preguntó si el presidente permitía que le cediera parte de su comida. Botha chasqueó los dedos y pidió una ración para la indígena. Tampoco era para tanto, le llenarían un poco el buche, si eso satisfacía al invitado. Además, la conversación parecía bien encarrilada, al chino se lo veía bastante manso. Concluida la cena,
1) China sabía que Sudáfrica poseía armas nucleares,
2) Nombeko tenía un amigo para toda la vida en el secretario general de la provincia china de Guizhou,
3) Westhuizen había sobrevivido a otra crisis, ya que…
4) P.W. Botha estaba, en líneas generales, satisfecho, pues su coeficiente intelectual no daba para mucho más. Y por último, aunque no por ello menos importante:

5) Nombeko Mayeki, de veinticuatro años, seguía prisionera en Pelindaba, pero por primera vez en su vida había comido hasta saciarse.

-La analfabeta que era un genio de los números, Jonas Jonasson.


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