domingo, 27 de septiembre de 2015

Los niños.

Hoy he redescubierto otra faceta de mi, aunque al principio me he mostrado un poco reticente. Los niños curiosos son un verdadero imán para mi. No sé qué es lo que me atrae más, si el hecho de pensar que esa cabecita aún no tiene la mitad de la información acerca del mundo que yo tengo en la mía o sus ojos, abiertos como platos, que siguen mis manos a medida que yo explico apasionadamente uno de sus "por qué...".
Las constantes preguntas infantiles suelen suscitar irritación en la mayoría de las personas (antes me incluía), pero en realidad es una de las cosas más interesantes que hay si se aprecian como merecen. No se conforman con que un príncipe haya resucitado a Blancanieves, quieren saber quién; no les basta con saber que la ha devuelto a la vida, necesitan descubrir cómo; no es suficiente con que les digas que fue con un beso, se empeñan en saber por qué. Y no se te ocurra decirles que "porque sí", "no se sabe" o "igual ni siquiera fue de verdad"; o cambias de tema o lo más posible es que pueda ocurrir: que pongan el cuento patas arriba, o peor, que te hagan dudar hasta de tu propia existencia.

Los niños son como otra especie diferente a la nuestra, no entienden de convencionalismos ni dogmatismos, son un disco duro vacío ávido de información. Podemos aprender de ellos mucho más de lo que imaginamos. 
¿Y si nos hiciéramos más preguntas en vez de conformarnos con lo que aprendemos/vemos/sentimos/oímos/olemos/saboreamos...? "La curiosidad es hija de la ignorancia y madre de la ciencia", dijo el filósofo Giovanbattista Vico. También es verdad que ésta mató al gato, pero prefiero morir con el deseo de aprender antes que de aburrimiento al pensar que lo sé todo.



(Foto: Logan Lerman de niño, captura de la película "El efecto mariposa")

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