lunes, 4 de julio de 2016

Lombriz.

Apenas avanza una lombriz por la arena empolvada. No serpentea, sino que mueve su cuerpo como un acordeón. Ningún pájaro de la bandada tiene intención de apoderarse de ella, si bien esperaba presenciar un banquete. Pareciera que quisieran torturarla, abandonándola a su suerte al sol de la mañana que entra. Su cuerpo brilla con una viscosidad seca, se puede palpar con la vista su suavidad. A través de la distancia que nos separa creo apreciar que tiene un tono rojizo por el centro; marrón en los extremos. Es tal su longitud que sobre el suelo dibuja, mientras se le adhieren inexorablemente partículas de suciedad, un tres, un corazón, una et/ampersand, una omega mayúscula, una xi, una espiral...
Puede que esté agonizando, puede que dentro de poco se paren uno por uno sus corazones, pero incluso etapas tan vitales como la muerte merece la pena describirlas.














Y a las tres horas perdió su viscosidad, perdió sus colores, su brillo, sus infinitas formas. A las tres horas murió sin haber podido salir de esa arena caliente y mortal. A tres anillos de tocar el bordillo.
Apenas tres pasos de humano le quedaban para llegar a aquella cabeza pegada a la pared cuya boca escupía agua fresca.



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