domingo, 3 de abril de 2016

Una de romances.

DONCELLA GUERRERA
En Sevilla a un sevillano

gran desgracia le dio Dios,
de siete hijos que tuvo,
ninguno fue varón.
-Padre, déme usted caballo
que a la guerra me voy yo.
-Tienes el pelo muy largo 
para ser hombre varón.
-Yo lo esconderé, padre,
debajo de mi morrión.
-Tienes los pechos muy altos
para ser hombre y varón.
-Yo lo esconderé, padre,
debajo de mi jubón.
Siete años fue a la guerra,
nadie que la conoció,
un día al subir al caballo
la espada se le cayó,
dijo: -Maldita sea la espada,
y maldita sea yo.
El Rey, que la estaba oyendo,
de ella se enamoró:
-Madrecita de mi alma,
que yo me muero de amor;
que el caballero Don Marco 
es hembra, que no varón.
-Convídale tú, hijo mío,
a comer contigo un día,
que si ella fuera mujer 
en bajo se sentaría.
-Los tres caballeros, madre,
se sientan en lo más bajo,
el caballero Don Marcos
se ha sentado en lo más alto.
-Convídale tú, hijo mío,
a correr contigo un día,
que si ella es mujer 
al punto se cansaría.
-Los tres caballeros, madre,
pronto se han retirado,
el caballero Don Marco
delante de mí ha pasado.




DELGADINA

Un rey tenía tres hijas
y las tres como la plata,
la más rechiquitita
Delgadina se llamaba.
Un día estando comiendo
su padre la remiraba.
-Padre mío de mi alma,
¿qué mira usted a la cara?
-Que te tengo que mirar
que has de ser mi enamorada.
-No lo consienta Dios
ni la Virgen Santa Clara,
ser la mujer de mi padre
y madre de mis hermanas.
Granaderos, granaderos,
los que traje de Granada,
a mi hija Delgadina
en cerradla en una sala;
no me la deis de comer
sino es cecina salada,
no me la deis de beber
sino son hieles amargas.
Pasan días, pasan días,
ya se asoma a la ventana;
desde allí vio a su hermana
que en juego de pelota estaba.
-Hermanita de mi vida,
hermanita de mi alma,
por aquel que hay en la Cruz
súbeme una jarra de agua.
-Bien te la subiera, hija,
bien te la subiera, hermana,
pero si una gota subo
he de morir arrastrada.
Pasan días, pasan días,
ya se asoma a otra más alta;
desde allí vio a su hermano
que en juego de brincar estaba.
-Hermanito de mi vida,
hermanito de mi alma,
por aquel que hay en la Cruz
súbeme una jarra de agua.
Bien te la subiera, perra,
bien te la subiera, malvada,
pero no has querido hacer
lo que padre rey mandaba.
Pasan días, pasan días,
ya se asoma a otra más alta;
desde allí vio a su padre
que en el jardín paseaba.
-Padre mío de mi vida,
padre mío de mi alma,
por aquel que hay en la Cruz
súbeme una jarra de agua,
con el corazón la pido
ya la vida se me acaba.
Granaderos, granaderos,
los que traje de Granada,
a mi hija la Delgadina
subidla una jarra de agua.
Unos con jarras de oro,
otros, con jarras de plata;
cuando el agua ya subiera,
la Delgadina expiraba.
Los ángeles la sostenían,
la Virgen la amortajaba;
las campanas ellas solas,
solitas repicaban,
en la cama de su hermana,
llena de ángeles estaba,
en la cama de su hermano,
una serpiente enroscada,
en la cama de su padre,
los demonios la llevaban.


EL PRISIONERO

Que por mayo era por mayo,
cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor,
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados
van a servir al amor;
sino yo, triste, cuitado,
que vivo en esta prisión;
que ni sé cuando es de día
ni cuando las noches son,
sino por una avecilla
que me cantaba al albor.
Matómela un ballestero;
déle Dios mal galardón.


EL CONDE NIÑO

Conde Niño, por amores
es niño y pasó a la mar;
va a dar agua a su caballo
la mañana de San Juan.
Mientras el caballo bebe
él canta dulce cantar;
todas las aves del cielo
se paraban a escuchar;
caminante que camina
olvida su caminar,
navegante que navega
la nave vuelve hacia allá.
La reina estaba labrando,
la hija durmiendo está:
-Levantaos, Albaniña,
de vuestro dulce folgar,
sentiréis cantar hermoso
la sirenita del mar.
-No es la sirenita, madre,
la de tan bello cantar,
si no es el Conde Niño
que por mí quiere finar.
¡Quién le pudiese valer
en su tan triste penar!
-Si por tus amores pena,
¡oh, malhaya su cantar!,
y porque nunca los goce
yo le mandaré matar.
-Si le manda matar, madre
juntos nos han de enterrar.
Él murió a la media noche,
ella a los gallos cantar;
a ella como hija de reyes
la entierran en el altar,
a él como hijo de conde
unos pasos más atrás.
De ella nació un rosal blanco,
de él nació un espino albar;
crece el uno, crece el otro,
los dos se van a juntar;
las ramitas que se alcanzan
fuertes abrazos se dan,
y las que no se alcanzaban
no dejan de suspirar.
La reina, llena de envidia,
ambos los mandó cortar;
el galán que los cortaba
no cesaba de llorar;
della naciera una garza,
dél un fuerte gavilán
juntos vuelan por el cielo,
juntos vuelan a la par.



El INFANTE ARNALDOS

¡Quién hubiera tal ventura
sobre las aguas del mar
como hubo el infante Arnaldos
la mañana de San Juan!
Andando a buscar la caza
para su falcón cebar,
vio venir una galera
que a tierra quiere llegar;
las velas trae de sedas, 
la ejarcia de oro torzal,
áncoras tiene de plata,
tablas de fino coral. 
Marinero que la guía, 
diciendo viene un Cantar,
que la mar ponía en calma, 
los vientos hace amainar;
los peces que andan al hondo,
arriba los hace andar;
las aves que van volando,
al mástil vienen posar.
     Allí habló el infante Arnaldos,
bien oiréis lo que dirá:
-Por tu vida, el marinero,
dígasme ora ese cantar.
Respondióle el marinero,
tal respuesta le fue a dar:
-Yo no digo mi canción
sino a quien conmigo va.



DE FRANCIA PARTIÓ LA NIÑA

De Francia partió la niña, 
de Francia la bien guarnida, 
íbase para París,  
do padre y madre tenía. 
Errado lleva el camino,
  errada lleva la guía, 
arrimárase a un roble 
por esperar compañía. 
Vio venir un caballero 
que a París lleva la guía. 
La niña, desque lo vido, 
de esta suerte le decía: 
-Si te place, caballero,
 llévesme en tu compañía.

-Pláceme, dijo, señora, 
pláceme, dijo, mi vida. 
Apeóse del caballo 
por hacerle cortesía; 
puso la niña en las ancas 
y él subiérase en la silla. 
En el medio del camino 
de amores la requería. 
La niña, desque lo oyera,  
díjole con osadía: 
-Tate, tate, caballero, 
no hagáis tal villanía, 
hija soy de un malato  
y de una malatía,
                                                 el hombre que a mi llegase 
malato se tornaría. 
El caballero, con temor, 
palabra no respondía. 
A la entrada de París 
la niña se sonreía. 
-¿De qué vos reís, señora? 
¿De qué vos reís, mi vida? 
-Ríome del caballero 
y de su gran cobardía: 
¡tener la niña en el campo 
y catarle cortesía!
                                                    Caballero, con vergüenza ,
  estas palabras decía: 
-Vuelta, vuelta, mi señora, 
que una cosa se me olvida. 
La niña, como discreta, 
dijo: -Yo no volvería, 
ni persona, aunque volviese,
  en mi cuerpo tocaría: 
hija soy del rey de Francia 
y la reina Constantina, 
el hombre que a mí llegase 
muy caro le costaría.





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