domingo, 1 de octubre de 2017

Instintos

Me encanta ir al Retiro. Aunque, en realidad, a cualquier lugar en el que haya gran variedad de fauna y flora. 
Las últimas veces que he pasado por este parque he caído en la tentación de dar un tentempié a los animales que viven allí. Porque lo cierto es que sino te ven con comida pasan completamente de ti. Es prácticamente como si formaras parte del decorado. Ni caso.
Tengo por costumbre ir primero al Palacio de Cristal. Mi lugar favorito es en realidad el estanque, como para la mayoría, pero ahí no hay cisnes negros.
En las escaleras situadas en frente de la mansión transparente se agrupa muchísima gente. Siempre hay patos, torturas que solo dejan salir a la superficie la cabeza, palomas de diversos tonos e incluso gorriones esperando a que alguien les tire pan, palomitas, gusanitos y toda suerte de chucherías que venden en los chiringuitos del parque. 
Pero esas personas en realidad esperan a la pareja de cisnes negros, que no son muy grandes pero marcan la diferencia. Estaba acostumbrada a tener la típica imagen mental de un cisne, aquella en la que con su cuello forma el número 2. Y así son, por supuesto. Pero cuando lo mueven, por ejemplo para alcanzar la comida, me dan escalofríos. Dejan de tener esa forma tan bonita que Rubén Darío tanto amaba, y pasan a ser algo más parecido a dragones en miniatura. La libertad de movimientos que tienen en ese cuello tan largo hace que me parezca una criatura terrorífica. 

Pero no es mi intención tildar a los cisnes de criaturas del demonio. O por lo menos no solo esa. 
En realidad admiro sobremanera a los animales. Se rigen por instintos, no están atados a convencionalismos ni reglas más allá de las que les dicta su am@. No como nosotros, que nos pasamos la vida arrepintiéndonos del pasado y preocupándonos por el futuro. ¿Acaso es necesario? ¿No podríamos ser como los patos, que nada del paisaje les altera a no ser que haya comida o un peligro repentino de por medio? 

Un día estaba repartiéndoles comida a uno por uno con el objetivo de que mantuvieran la atención en mi y no me abandonaran. Estos apenas tienen cuello (no como los cisnes, gracias a Dios), pero lo alargan de repente cuando les tiras algo. Sus movimientos son mucho más rápidos que las otras criaturas, lo que inevitablemente les llevaría a pelearse. Esto hizo que más de una vez salieran plumas volando, incluso entre animales de diferente sexo. Pero hubo un momento realmente espectacular: un macho agarró a otro por las plumas traseras y el segundo hizo lo mismo con las del primero. Fue cuestión de segundos pero ambos se enzarzaron en una danza tan agresiva que las personas sentadas en el borde del estanque se vieron obligadas a retirarse porque las gotas de agua llegaron hasta ellos. Los dos animales no dejaban de girar y girar, intentando zafarse el uno del otro, moviendo el ala de la parte exterior del circulo que formaban. Si se hubiera tratado de una danza pacífica seguiría elogiándola algunas líneas más. 
Esos patos solo pensaban en la comida y estaban peleando por ella. O bien por una hembra indecisa. La cuestión es que se la trajo al pairo la gente que estaba tranquilamente sentada en los alrededores. Ellos luchaban por lo suyo y les daba igual las reglas sociales o los convencionalismos. La gente se molestó pero se rió y vio el incidente como una anécdota graciosa. "Son animales y hacen lo que quieren". Que esto ocurra entre dos personas (sé que no es un buen ejemplo). Seguramente se les llame "animales" o "bestias". Por ser personas deben acatar unas reglas, no salirse de lo establecido, no pasarse de la raya. Sino ya está muy mal visto. 


Las personas anticipamos, nos llenamos de miedo, analizamos, pensamos en el pasado e intentamos proyectar un mejor futuro, lo hacemos mal y lo volvemos a intentar con una técnica diferente. La historia de nunca acabar. Es verdad que solo nosotros tenemos conciencia del tiempo y es algo muy beneficioso, pero llegado a este punto no tengo muy claro si quiero seguir siendo homo sapiens o un simple pato.



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