sábado, 17 de septiembre de 2016

¿Quieres que te cuente un cuento?

En un rincón oscuro entre dos columnas, Huberto había improvisado un nido de papel de periódicos para acomodarse cuando no conseguía un lugar más acogedor. Allí instalados nos dispusimos a pasar la noche echados lado a lado en la penumbra, envueltos en el olor del aceite de motor y el monóxido de carbono que impregnaba el ambiente con un tufo de transatlántico. Me acurruqué entre los papeles y le ofrecí un cuento en pago de tantas y tan finas atenciones.
 —Está bien, aceptó él, algo desconcertado porque creo que no había oído en su vida algo que semejara remotamente a un cuento.
 —¿De qué lo quieres? 
 —De bandidos, dijo, por decir algo. 
Invoqué algunos episodios de las novelas de la radio, letras de rancheras y otros ingredientes de mi invención y me largué de inmediato con la historia de una doncella enamorada de un bandolero, un verdadero chacal que resolvía a balazos hasta los menores contratiempos, sembrando la región de viudas y huérfanos. La joven no perdía la esperanza de redimirlo con la fuerza de su pasión y la dulzura de su carácter y así, mientras él andaba practicando sus fechorías, ella recogía a los mismos huérfanos producidos por las insaciables pistolas del malvado. Su aparición en la casa era como un viento del infierno, entraba pateando puertas y lanzando tiros al aire; de rodillas ella le suplicaba que se arrepintiera de sus crueldades, pero él se burlaba con unas tremendas risotadas que estremecían las paredes y helaban la sangre. ¿Qué hay, guapa? preguntaba a gritos mientras las criaturas aterrorizadas se escondían en el armario. ¿Cómo están los chiquillos? y abría la puerta del mueble para sacarlos de las orejas y tomarles las medidas. ¡Ajá! los veo muy crecidos, pero no te preocupes, que en un santiamén voy al pueblo y te hago otros huerfanitos para tu colección. Y así transcurrieron los años y siguieron aumentando las bocas que alimentar, hasta que un día la novia, cansada de tanto abuso, comprendió la inutilidad de seguir esperando la redención del bandido y se sacudió la bondad. Se hizo la permanente, se compró un vestido rojo y convirtió su casa en un lugar de fiesta y diversión, donde se podían tomar los más sabrosos helados y la mejor leche malteada, jugar toda clase de juegos, bailar y cantar. Los niños se divertían mucho atendiendo a la clientela, se acabaron las penurias y miserias y la mujer estaba tan contenta, que olvidó los desaires de antaño. Las cosas iban muy bien; pero las habladurías llegaron a oídos del chacal y una noche apareció como de costumbre, golpeando las puertas, disparando al techo y preguntando por los niños. Se llevó una sorpresa. Nadie se echó a temblar en su presencia, nadie salió corriendo en dirección al armario, la joven no se precipitó a sus pies para implorar compasión. Todos continuaron alegremente en sus ocupaciones, unos sirviendo helados, otros tocando la batería y los tambores y ella bailando mambo sobre una mesa con un esplendoroso sombrero decorado con frutas tropicales. Entonces el bandido, furioso y humillado, se fue con sus pistolas a buscar otra novia que le tuviera miedo y colorín colorado, este cuento se ha terminado. 

-Eva Luna, Isabel Allende.


No hay comentarios:

Publicar un comentario